Hambre y sed de ti


"Cumplirá el deseo de los que le temen; oirá asimismo el clamor de ellos, y los salvará." Salmos 145:19.
El que diseña mi paciencia es Cristo, quien desacelera mis pasos a medida que voy caminando por el paisaje a mi alrededor. Bien sabe mi alma que jamás sería capaz de sobrevivir en tanta aridez sin una ayuda de Su mano.

Sé que no soy yo, ni son mis fuerzas. Es Su gracia. Es Dios en mí, dándome fortaleza, aliento, sosteniendo mis brazos para que en medio de las nubes grises, El pueda ver mis manos en alto, suspirand todo mi ser por Su amor. 

El es mi salvación, mi roca, mi castillo, mi Dios.

Sin tí, me queda grande el título de ser viviente. ¿Quién puede autoexistir en sí mismo? Solamente el Creador de todas las cosas, aquel que tiene vida en sí mismo y que no necesita que otro más le cree, pues El ha sido, es y será eternamente y para siempre. Pero en cambio yo, y cualquiera de los que lee esto que me nace desde mi sed inaguantable de Dios, sabe que estar adicto a Su presencia llega a ser algo angustiante. Quedarse sin aire es quedarse sin vida, no tomar agua es marchitarse. Ese es Dios para mí, mi combustible, y para cualquiera que lo ama.

"¡Ay, amado mío,
cómo deseo que me beses!
Prefiero tus caricias,
más que el vino;
prefiero disfrutar
del aroma de tus perfumes.
Y eso eres tú:
¡perfume agradable! 
¡Vamos, date prisa
y llévame contigo"


Cantares 1: 2-3

Mi gemir por tí no tiene descanso hasta que vengas y aún cuando te tenga más cerca, demandaré más de tí porque mi deseo insaciable eres tú.


"¡Llévame ya a tus habitaciones,
rey de mi vida!
Por ti haremos fiesta,
por ti estaremos alegres;
nos olvidaremos del vino
y disfrutaré de tus caricias."

Cantares 1:4

 © Grethel Collins

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