12 de febrero de 2011


Todo el tiempo en la presencia de Dios


En realidad no fue ese día que empezó la historia más bella de mi vida. Pero sí fue una noche memorable. De hecho jamás la olvidaré.

Sólo Dios sabe cuando empezó y cito a Job 11:7 ¨¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás a la perfección del Todopoderoso?¨

Pero, ¿Cómo me hice adicta a su presencia? ¿Qué fue lo que me llevó hasta aquella iglesia en Cuajachillo un 12 de febrero sin cenar, triste, a llenarme de polvo los zapatos y comenzar a llorar incontrolablemente delante de todo el mundo? No parece una invitación muy agradable. Pero me convencí esa noche que más que nunca me había inundado su GRAN y maravilloso toque, Su presencia.

Esa noche talvez más que otras me sentía atrapada por una inmensa tristeza, dolor y confusión. Nada tenía sentido. Cada frase que salía de mi boca terminaba con lágrimas. Nada era suficiente, bueno o digno de mi gozo. Me sentía como muriendo de hambre y de sed en el desierto, gritando desesperada con las últimas fuerzas debajo del sol inclemente, implorando ayuda y lo peor de todo era que nadie respondía. Pero justo ahí es donde me equivocaba. Yo no estaba sola. Había algo o alguien tan cerca de mí, viendo todo lo que hacía y sentía. Y yo me daba cuenta…

¿Por qué digo que me daba cuenta? Porque era la misma sensación que tuve cuando me cambié de acera aquella mañana que me dirigía a la parada del bus del colegio porque pude sentir como el hombre que venía detrás me perseguía para hacerme daño y, el mismo alivio cuando me vi en medio de la calle viva y sin un rasguño después de sufrir un accidente de tránsito del que pude haber salido acostada dentro de una caja de madera oscura.

Como la inspiración repentina que llega a los escritores y que hace les urja plasmar sus ideas en papel, esa noche yo sentía una gran necesidad de consuelo y a pesar que ya había desistido de ir a la iglesia me dije: ¨No, vas a ir porque algo bueno te espera ahí. No te quedes sola en medio de este mar de agua salada que brota de tus ojos y de tu corazón. Si vas, seguramente regresarás muy cambiada.¨ Yo sabía, nuevamente que yendo mi tristeza estaría en un mejor sitio que dentro de mí. Así que empecé a arreglarme lo más rápido que pude, porque en esos días andaba algo aletargada y nada me salía según horarios estrictos.

Iba vestida de azul y zapatos negros, el pelo suelto, maquillada. Pensé que como iba a la casa de Dios eso merecía ponerse guapa.

A las siete comenzaba el servicio y yo todavía a las seis y media no me había duchado como acostumbro hacer antes de salir a algún lugar aunque me haya bañado en la mañana. Apúrate, me decía, pero el cuerpo a penas respondía.

Hay fotos de esa noche, en mi rostro varían las medias y sonrisas completas.

Por fin llegué.

Cuando entré a ese lugar me sentí algo alegre, como si no hubiera sido la misma mujer que había estado llorando el día entero. Pasé entre la gente, que era muchísima, y a como pude quede lo más cerca posible del altar. Trataba de reconocer a algunas personas y encontré justo en frente de mí al predicador de esa noche, a quien yo conocía porque resultaba además que era de la familia. Me volvió a ver y me saludó con una sonrisa a pesar que la última vez que nos habíamos visto no figuraba ya en nuestras memorias o al menos no en la mía, tomando en cuenta que suelo olvidar ciertas cosas. Yo le ofrecí la mejor sonrisa que tenía en esos momentos tan duros de mi vida y, el tiempo pasó.

Miré con entusiasmo algunas participaciones de hermanos salmistas, términos que aprendía en esa misma noche, que alababan al Señor. ¡Vaya!, decía para mis adentros, alguna vez fue mi sueño cantarle también. Pero y ¿todos esos sueños donde estaban escondidos esa noche, en mi vida?

Nada me quitaba el cosquilleo de aquella sensación que se iba metiendo en mi pecho cada vez más profundo. Era lindo. Dije lindo, sí. Sentí lindo. Qué bien. Pocos minutos después de que mencionaron la participación de mi tío y quedé reducida a pocos movimientos y la sonrisa más tímida que mostraba en muchos años, no terminaba de creer que lo había escuchado presentarme como su sobrina y además decía que era linda, no sabía dónde esconderme. Y era imposible salir del campo de vista de miles de personas si yo estaba justo sentada arriba, en el altar junto a los demás invitados especiales. ¿Y yo quién era?, me preguntaba, para recibir semejante honor. Mi futuro pastor fue quien me invitó a subir. Subieron una silla especialmente para mí. No lo podía creer. Era demasiado. ¿Todo eso para mí? ¿Por qué? ¿Qué quería Dios o mi tío o y su aliado, el pastor, de mí esa noche? ¿Qué plan estaba acordado entre ellos, peor aún, qué clase de complot? Hubo temor, confieso, pero nada me podía distraer o convencerme de irme a esas alturas del partido, como decimos popularmente, si además me confirmaba a mi misma que aquella decisión era más que adecuada a pesar del exceso de atención a mi persona de parte de todos los asistentes. Seguramente ningún programa televisivo me daría esa sensación de estar en el lugar correcto en caso de haber elegido quedarme en casa.

El momento crucial había llegado, no se hacía esperar más. Cantos que me llegaban al alma, palabras de esperanza, miradas, abrazos, golpecitos en la espalda. 31 años de aridez espiritual finalmente estaban a punto de ser sembrados con una nueva tierra y con mejores semillas. Los campesinos queman la tierra para mejora la calidad de la tierra. Jesús, el Padre y el Espíritu Santo habían quemado todo mi ser y toda mi vida preparando un mejor terreno para las bendiciones que yo iba a comenzar a recibir de un Dios, en quien yo creía, al que siempre le oré, al que agradecí las bendiciones, pero al que jamás había experimentado como empezaba a hacerlo. Yo era un mar de lágrimas en ese momento, esta vez, ya no había toallita de papel que absorbiera tanta agua y tanta sal. La única dirección en la que mis ojos podían ver era hacia el suelo, pues el llanto era incontrolable. Pero al salir de mis ojos era como si un bálsamo visible solamente para mi corazón pasase limpiando y curando las heridas. Estaba arrepentida de haber vivido toda mi vida mediocremente. Esa era la razón de mi pena y sólo faltaba que yo lo reconociera porque obviamente Jesús ya sabía todo de mí.

Preguntaron si alguien quería reconciliarse con el Señor. El mensaje de la noche era el cristianismo ¨light¨. Yo no yo quería, ni podía ser más una cristiana de este tipo. Entonces di unos cuantos pasos y siempre de pie, cabizbaja y con mi mano en alto, repetí una oración que me dio más ganas de llorar aún. Pero lo más importante había ocurrido al fin. Yo me había reconciliado con Dios, me había postrado a sus pies sobre mis rodillas espirituales pidiéndole perdón por no amarlo como él merecía. Ya. Ya estaba. Era libre.

Alguien mencionó algo sobre una semilla y que ojalá germinara. Me regresé a mi asiento. No recuerdo a qué hora deje de llorar, a qué hora termino el servicio, no sé nada más. Los minutos recién pasados llenaron mi todo, el resto no era importante. No me importaba si al siguiente día tenía que levantarme temprano para ir a trabajar y ya era tarde y me di cuenta en ese momento que estaba sonriendo. ¡Qué maravilla! No me había equivocado. Ahí era donde tenía que estar esa noche, en este país, con esas personas, con ese dolor. Era un plan maestro. Consumado. Perfecto. De Dios.

Febrero 12

Gracia para el momento. Biblia diaria. Max Lucado

Empacado para un propósito

Dios los ha dotado de habilidades muy especiales Éxodo 35:35

Tú naciste preempacado. Dios miró tu vida entera, determino tu misión, y te dio las herramientas para hacer el trabajo.

Antes de salir de viaje, tú haces algo similar. Al hacer las maletas, consideras las necesidades viaje. ¿Hará frio? Incluyes una chaqueta. ¿Una reunión de negocios? No olvidar la computadora portátil. ¿Vas a pasar un tiempo con los nietos? Mejor que te lleves unos zapatos deportivos y unas tabletas para los dolores musculares. Dios hizo lo mismo contigo. Joe investigará la vida de los animales…instalémosle la curiosidad. Meagan dirigirá una escuela privada…necesita una dosis extra de capacidad administrativa. Necesito que Eric consuele a los enfermos… debo incluir una dosis saludable de compasión. Denalyn se casara con Max…doble porción de paciencia.

Dios te empacó a propósito para un propósito.

Ahora ya saben por qué soy adicta a su presencia.

Hermanos y amigos, con todas mis fuerzas deseo que Dios se convierta en el dueño de sus corazones, como ahora es del mío.

Por último comparto con ustedes un canto, titulado ¨Dueño de mi corazón¨ para mi Amado Dios.

!Que Dios les bendiga!

 © Grethel Collins


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